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LOS DOS TEXTOS DE ADRIANA RAMPONI
EL RELATO
Si pensamos en las hazañas que marcaron el siglo XX, acuden a la mente nombres como Armstrong, Aldrin y Collins, actores de un desafío que hasta puede considerarse poético: alcanzar la luna…
Aparece Carl Sagan, que no sólo participó en semejante proyecto sino también en la misión Mariner 9 a Marte, diseñada para orbitarlo y a partir de la cual se dedujo que alguna vez el planeta rojo pudo albergar vida. Recordamos su vinculación con los proyectos Pionner y Voyager, sonda que, después de explorar los planetas más alejados del sistema solar, debía viajar indefinidamente por el universo llevando consigo un disco de oro con información acerca de la vida en la Tierra y que logró fotografiarla desde los confines de la galaxia… Un científico de mente abierta, fascinado por las estrellas, y el misterio de la vida.
Este controvertido siglo mostró siempre al hombre con los pies en la tierra y los ojos puestos en el Cosmos.
Siglo XXI iniciado: pareciera que el hombre necesita de una mirada retrospectiva hacia sus orígenes, se vuelve más telúrico y preocupado por su propio hábitat. El análisis de su actitud frente al globo como señor de polo a polo, lo hace reconocerse inmerso en un ecosistema deprimido y vulnerado por él mismo y sus ambiciones desmedidas de poder y de posesión.
Luego, haciendo suyo el postulado de Albert Einstein de “que todo efecto tiene una causa”, realiza un mea culpa, sediento de agua cristalina reconfortante. En el intento por retornarle a la naturaleza el equilibrio usurpado, concluye entonces que tomar partido por su preservación es escuchar el llamado mismo de su instinto de conservación visto desde la realidad más elocuente: H2O constituye entre el 70 y el 80% de su masa corporal, su materia orgánica. H2O esencia misma de la vida, dicen los especialistas.
Río, cuéntame, cántame, devuélveme la vida pretende sumarse desde una óptica artística y poética a todas las demostraciones científicas, sociales, ecológicas, ambientales, jurídicas, actuales que parecen concentrarse en esta cuestión crucial para la humanidad toda que es el resguardo y la defensa del entorno natural.
Río, cuéntame, cántame, devuélveme la vida es la historia de fantasía que recrea la antigüedad del continente, el descubrimiento, la colonización y la vida que ha inspirado a Adriana Ramponi en Buenos Aires, la colección en la que François-Régis Fournier, artista fotógrafo de Montreal hace foco sobre el agua en sus diferentes estados y formas: nube, gota, lluvia, bruma, escarcha, nieve, hielo, deshielo, arco iris, charco, arroyo, lago, cascada, río, mar y hasta domesticada por el hombre en diques y represas, canales, o adoptada por el arte, en fuentes de estilos y alegorías diversos; imágenes éstas que ha tomado con su “ínfima ventana al mundo”, como llama a su cámara fotográfica, en cada sitio, puerto o paraje en que se ha detenido para observar y estampar testimonios de AGUA líquida, AGUA sólida, AGUA gas, en el extremo más austral de la Argentina, o remontando el maravilloso y multifacético Río San Lorenzo, ese “gran camino que camina” como lo llaman en Québec. Ese río San Lorenzo que según el texto de Pierre Morency es…  “   pulso mayor del paisaje, lugar de encuentro y de aventura, canal inmenso, paradoja de poderío y vulnerabilidad, ruta majestuosa de todas las migraciones, vehículo, arca de vida, señor de los vientos y de las estaciones. Como arteria esencial de la mitad de un continente, él canta una obertura grandiosa hacia el océano Atlántico. Es el río más viejo del mundo. Es el San Lorenzo, que fluye sobre 3.300 kilómetros, nutrido por enormes lagos y por 350 afluentes, de los cuales algunos, son ellos mismos considerados como grandes ríos.”
Y cuando Morency dice: “Es el río más viejo del mundo” es porque ocupa el lecho de las fallas tectónicas y de una fisura profunda entre la cadena de las Laurentidas del pré-cámbrico y los Apalaches cuya génesis se remonta también a la era Primaria. Una parte de sus costas tiene mil ochocientos millones de años. Pero como debe su forma al retroceso del Mar de Champlain, ocurrido hace menos de 10.000 años, es en cierta forma un río de juventud extrema y asombrosa, con tramos que hasta superan la vorágine y el vigor de los rápidos. Viejo y joven, sin edad… ¡qué privilegio!
Pero mucho más cercano aún a nuestros tiempos, y hace ya mucho mucho tiempo… en 1534, Francisco I Rey de Francia, impulsado por el interés que animara unos años antes a los Reyes Católicos a vislumbrar la existencia de otro paso hacia Oriente por el Sur y que condujera a Juan Diaz de Solís a descubrir el Río de la Plata en 1512, encomendó a Jacques Cartier realizar una expedición por una ruta hacia el Norte que llevaría a “ciertas islas y países en los que se decía que debía haber gran cantidad de oro y otras ricas cosas” y que sería una nueva puerta hacia Oriente, la propia, la ganada por su corona. El 23 de julio de 1534, Jacques Cartier planta una bandera reivindicando así para Francia, la Bahía de Gaspé y la Bahía des Chaleurs.
Un año más tarde Cartier realiza su segundo viaje, se adentra en el río y desafiando las intemperies, logra un primer asentamiento río abajo, en lo que más tarde serían las ciudades de Québec y Montreal. En 1536 regresa a Francia convencido de que había explorado la parte oriental de la costa de Asia, cuando en realidad había surcado una huella para que años más tarde Champlain fundara Québec. Hagamos memoria, 1536, y bajo Carlos I Rey de España, rival de Francisco I de Francia, se produce el primer asentamiento de los españoles al mando de Don Pedro de Mendoza en las costas del Río de la Plata en lo que luego va a ser Buenos Aires.
Mares, agua, ríos que acercan la colonización.
Fechas coincidentes para el San Lorenzo y para el Río de la Plata, ambiciones semejantes para el Rey de Francia y el Rey de España, destinos cercanos para navegantes conquistadores que llegan a continente mecidos, o, atormentados por el agua de océanos y mares, suertes compartidas para inmigrantes que desde entonces se adentran a vivir una nueva cultura por ríos de inmensa anchura e inundados de significado.
De eso se trata, de conjunción y simbiosis entre nuestras historias y culturas americanas Norte/Sur, o lo que es lo mismo: Argentina-Canadá, dos países polares tan distantes y cercanos a la vez.
Partiendo de una vista del Río de la Plata, el río “color de león”, ese “mar dulce” para los “porteños” de Argentina, uno de los dos países, junto con Chile, más australes de las Américas, los invitamos a compartir un viaje virtual a Canadá, fundidos en un abrazo transcontinental, para gozar, todos juntos, desde el extremo más boreal de nuestro continente, de una visión lúdica de este himno a la naturaleza y al hombre nuevo que desea asistir al renacimiento de su madre Tierra.
Vamos…

EL POEMA

Hubo valor y un momento de decisión antes de zarpar.
Y hubo un pequeño velero de hielo que ofició de brújula, marcó el norte, y señaló la ruta que abriría el paso hacia Oriente, y el agua cautiva reflejó un espejismo o una alucinación de los exploradores, coloreó los tesoros que esperaban descubrir.
Hubo un ojo abierto de las entrañas del planeta que observaba todo, y un rostro vigía que atalayó la travesía.
Inverosímil sensación para esos descubridores entrar en la noche de los tiempos y asistir a la fragua de los hielos continentales, hasta la sugestiva calma que espeja el agua; y ver surgir las Américas esperando la aurora que abriría tal vez en el lejano sur, al este de una encendida tierra llamada de fuego.
Habría que descifrar jeroglíficos o mensajes encriptados de civilizaciones anteriores,impresos en huellas de tierras mojadas por tempestades o deshielos. ¿Por qué no?
Recoger la hoja caída durante la era de cobre o la de hierro y secar sus gotas herrumbradas por el tiempo.
Pero, cíclicamente llega el agua y se ondula la vida, brinca, se deja caer, cíclicamente tiembla de frío, cíclicamente aleja al hielo, se retira y descubre a la piedra de vaya a saber qué plegamiento, se eleva hacia el cielo, deviene nube vacilante.
Y de nuevo una señal, como un mensaje de luz, una reverberación que traza y que indica una confluencia.
Un nuevo ciclo: el verde esperanza se arraiga al agua para procrear un nenúfar, al menos una vez, o para tapizar de líquenes milenarios, el lecho cristal del lago donde el árbol, sosias de Narciso, se inclina a beber para saciar su sed.
El agua fluye en estas comarcas lejanas e inhóspitas, bañadas por este río que da asilo a gigantes ballenas que soplan su aliento mojado con fervor de conquista.
No mucho tiempo para el verdor, en el sendero del bosque, hojas se mimetizan con el otoño y se desvanecen en las traslúcidas esculturas que ellas mismas esculpen con el sudor de sus vidas a punto de perecer.
Destino idéntico para las algas de orillas del mar.
Y el monte, transido de frío, se cubre pudoroso de velos de cristales de agua virgen, y hasta la piedra se estremece cerrando caminos.
Otra época de agua-bruma, de agua-nieve, de agua-hielo se avecina y abrumará a los osados expedicionarios la idea de retar nuevamente a las inclemencias en las honduras de estas costas.
Es hora de regresar, y habrá una rosa de los vientos que marcará la ruta de regreso a Europa y dará paso a una nueva civilización.
Adiós Bahía des Chaleurs, doblegada por intrépidos vientos, paralizada por el hielo.
Se hace noche.
El agua retraza el nuevo mapa de este continente, y busca mil formas para expresarse, esperando al hombre nuevo: agua en movimiento que se inmortaliza en el atajo de la espesura en Port-Daniel; agua en una extraña especie de cien pies con cuerpo de rama y tacos-aguja de escarcha; agua en la memoria de un bosque que fue, horqueta cincelada sobre el espejo de hielo; agua en duda metódica entre el sólido y el líquido; agua festiva en las estalactitas que alumbran la noche del bosque; agua diáfana en el embeleso de una Venus intacta; agua fresca, agua fértil en la lozanía de la hierba; agua con corazón de espinas en la dalia opalina; agua-hielo, discípula de Newton en haces de luz y color; agua-deshielo escurriéndose de las fauces del monstruo del lago Memphrémagog; agua quieta, agua clara, prolongación de foresta y cielo en la quebrada rocosa; agua-diamante de millones de destellos; agua anuncio de inundación gélida, ¿o la pieza faltante de un rompecabezas inconcluso?; agua-espuma de ola de cristales con bordura bordada; agua-espectro luminoso, de ilusiones y deseos; agua-confluencia, agua convergencia. Río Saguenay, frente a Tadoussac; agua retrato de vida; agua mansa, reminiscencia de marea alta o, agua bendita derramada por Dios en Port au Persil; agua etérea, isla del cielo: ¡Arriba el telón! Hay rojo otoñal sobre la costa Norte del San Lorenzo entre Berthier-sur-mer y Montmagny; o enfocando la Cascada de Montmorency… en la punta de la isla de Orléans.
Blanco hibernal, eclipsando los pétalos de las flores que dieron marco a la Bahía des Chaleurs en Gaspesia.
Pero la civilización se avecina y se alumbra el puerto en la Bahía de Saint-Paul, y el río se ensancha hacia la Bahía des Chaleurs, y mira hacia el Golfo, sale hacia el mar; y abre las puertas a este “Gran Arco de Triunfo erigido por los dioses más bien que para ellos” que impone respeto, como un paquebote trasatlántico, del que descenderá a marea baja, el hombre nuevo que será recibido por alados huéspedes del faro, como ese demiurgo de la antigua Grecia, renovado creador de un Universo nuevo, eje de un mundo moderno, instruido, artístico, industrial, comercial, que librará otras tantas batallas contra climas rudos, para construir, sembrar, cosechar, crear, hacerse un país…
H2O, agua, río que fluye e impulsa todas las decisiones, y a pesar de ser presa y víctima, se presta, se brinda, da ritmo, trabajo, produce, traslada el desarrollo, se contamina…
¿Pruebas? A las pruebas me remito: urbes en sus márgenes; controles de la guardia costera en la Bahía de Tadoussac; compuertas entreabiertas en el dique sobre el río des Prairies, en Montreal; el tren sobre el canal; el comienzo de la jornada laboral en el canal de Lachine; barcos y más barcos en la actividad portuaria en Montreal; buques con sus botes de rescate en aguas calmas entre Saint-Siméon y Rivière-du-Loup; embarcaciones que buscan encallar en una guardería de hielo, pero siempre cerca de casa, en Paspébiac; cargueros que vienen o van, mar adentro en Saint-Joseph de la Rive, en la punta de la isla Aux-coudres; enormes plataformas que se cruzan y se encuentran, se detienen para dejar oír el canto de las sirenas, y continuar luego, seducidos, el viaje entre Québec y Lévis; velero a la sombra de la espera para zarpar, en Gaspesia; junto al río y como testigos de la producción, rollos de forraje congelados hasta la próxima estación; cerca del mar, jaulas de pesca de langosta en receso de invierno, en Hope, Gaspesia; y... 17119 experiencias de hielo y cielo, ancladas en Paspébiac; o … luz y sonido en la rada de Port Daniel; cuidadoso transporte en balsa, en el río Richelieu entre Saint-Antoine y Saint-Denis; o “haciendo olas”, esta vez, con motor fuera de borda entre Saint-Siméon y Rivière-du-Loup.
Río arriba, las continuas visitas históricas al viejo Québec con ventana abierta a la isla de Orléans.
Y tanto, tanto, va el cántaro al agua… ¡que al final se rompe!
Habrá llegado la hora de evaluar resultados y comportamientos con los brazos abiertos al río esperando respuesta del Universo.
En la conciencia de este hombre actual, aparecerán fantasmas culposos que estamparán imágenes de vida a la deriva, de abandono y de soledad profunda, de angustia trascendental.
Y abriendo camino entre errores y negligencias, fijará su vista en la antena e intentará restablecer la comunicación con su esencia misma.
Esperará poder volver a subir en el tren de la vida.
Volverá a la fuente y arrojará monedas, con ansias de regresar a ella una y otra vez. Apelará a Anfítrite, para enamorar nuevamente a Poseidón.
Cumplirá el humilde sueño de habitar la casita náutica junto a la Bahía de Gaspé.
Y habrá vuelto a la fuente de vida, a recoger los tesoros perdidos de la náyade olvidada y congelada de la fuente de la explanada de la plaza Ville Marie, o de cualquier otra. Y lo animará la esperanza de ver aparecer sobre el río, al cierre del día, la respuesta del Universo, con la V de la victoria como legado de la naturaleza infinitamente generosa y complaciente.
Purgado de culpas, renovado, purificado, gritará hacia el horizonte esperando plasmar el compromiso a futuro en el eco de su propia voz: ¡agua! Esencia de vida… ¡Río, devuélveme la vida!
Relato y poema de Adriana Ramponi
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